sábado, 13 de mayo de 2017

Nueva Zelanda 8 (2016) De camino a la Isla Sur

Volcanes nevados P.N. Tongariro. C.M. Aguilar Gómez.
Una vez que terminamos de recorrer la zona geotermal de Rotorua, sentimos que el tiempo en nuestro viaje se nos echaba encima. Nueva Zelanda tiene tantos sitios que ver que, a poco que te pares en cada uno, los días se pasan volando. Y la isla sur dicen que es el plato fuerte.

En la ruta hacia el sur pasamos junto al parque nacional Tongariro, del que todo el mundo habla muy bien. Tiene algunos senderos con buenas vistas a sus volcanes tipo “Fuji” que deben merecer mucho la pena. Pero las lluvias condicionan lo que puedes visitar a esas alturas en la húmeda isla norte.





Whakapapa, acceso P.N. Tongariro. C.M. Aguilar Gómez.
Llegamos a la zona a última hora de la tarde y, de lejos, comenzamos a ver sus cumbres nevadas de más de 2000 metros. Parecía increíble verlo tan despejado para lo que habíamos leído de allí, así que nos dirigimos a Whakapapa con idea de aprovechar la oportunidad al día siguiente.

Pero como sucede tantas veces en la isla, el tiempo cambió rápidamente y, salvo un corto recorrido en torno a la Whakapapa, poco más pudimos ver del parque nacional Tongariro. La niebla y la lluvia se adueñaron del paisaje y aquello se convirtió en la morada de Mordor. Decidimos no resistirnos y continuamos la ruta.





Wellington y sus laderas periféricas C.M. Aguilar Gómez
Dejamos Tongariro y su mal tiempo y condujimos hasta Wellington, la capital del país. Tras un día entero de carretera solo llegamos a tiempo para dar un paseo a media tarde por la ciudad y para pasar la noche allí.

Como ocurre en gran parte del país, poca gente vive en el centro de las ciudades y este suele quedar para servicios y ocio. Wellington está rodeada de colinas verdes repletas de casas bajas unifamiliares con frondosos jardines. Sorprende ver la diversidad de edificaciones y formas constructivas, completamente alejados de los esquemas de viviendas unifamiliares homogéneas de otros lugares.




Calle Cuba en Wellington. Foto: C.M. Aguilar Gómez.
Paseamos por una de las zonas más amigables del centro para un visitante, la calle Cuba y su entorno. En esa parte de la ciudad, el centro financiero de edificios altos y grises deja paso a una zona comercial con calles peatonales, tiendas, pubs y restaurantes.

Poco más vimos de esta ciudad, que casi siempre está barrida por un viento draconiano. Aunque la ciudad se abriga en una bahía, se encuentra en un lugar de paso de fuertes vientos, los que recorren el estrecho de Cook. Cruzamos el estrecho en un viaje en ferry de tres horas y el viento no defraudó, aunque el tiempo fue insólitamente despejado.





Estrecho de Cook y Diomedea sp. C.M. Aguilar Gómez.
El estrecho no se descubrió hasta 1770, cuando James Cook dio con él circunvalando la isla norte. De ahí su nombre. Sin embargo, fue Abel Tasman el que tuvo el primer contacto con estas tierras, en 1642, pero entonces no llegó a identificar el estrecho y ni siquiera tomó tierra en Nueva Zelanda. Al parecer, los maoríes rechazaron las intenciones de Tasman de desembarcar.

El estrecho es de gran interés para aves marinas y, pertrechado con toda la ropa que tenía, pude ver más especies marinas que en todo el viaje. Por allí cruzaron, entre otras, la pardela dorsigrís (Puffinus bulleri) o el prión (Pachyptila sp) y varias formas de albatros (Diomedea sp) que, con la variabilidad de edades, subespecies y una taxonomía aún en revisión, se hacen difíciles de identificar a la distancia de un ferry.

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