jueves, 26 de abril de 2012

Lanzarote 2 (2011) El Jable de Famara

Paisaje estepario, al fondo risco de Famara. C Aguilar
En el norte de la isla hay una planicie con amplias extensiones de arenales y estepas semidesérticas que llaman el Jable de Famara. Hay tramos de dunas móviles junto a la playa de Caleta de Famara y suelos asentados y pastoreados más al interior. Es una de las zonas con menos influencia humana de la isla y a mi es el paisaje que más me recuerda a las estepas y desiertos marroquíes. En realidad África está ahí al lado a poco más de cien kilómetros, ya que Lanzarote es de las Islas Canarias la más próxima al continente. Uno de los arbustos que hacen paisaje y que me traen esas impresiones marroquíes es el que llaman “aulaga” en Canarias. Es un nombre importado de la Península Ibérica ya que a falta de verdaderas aulagas (Genista scorpius) este matorral pinchudo y con flores amarillas recibe el mismo nombre por analogía.




 Launaea arborescens en floración. Foto: C. Aguilar 
Esta “aulaga” o rascamoños, es la especie Launaea arborescens de la familia de las compuestas. Es muy común en norte de África y a la península Ibérica solo llega a algunos sitios de Almería y Murcia.  Es muy fácil de reconocer ya que sus ramificaciones hacen un curioso zig-zag. En algunos sitios la he visto usar para cercados de espinos entrelazando sus matas secas globosas. También es el matorral que usan los guías del Parque Nacional de Timanfaya para introducir en el suelo volcánico a altas temperatura y que prenda fuego al instante. Pero además de aulagas, en esas estepas había una gran explosión de plantas anuales tras las últimas lluvias. Todo el suelo arenoso estaba tapizado de pequeñas plantas que completan su ciclo de vida en unas pocas semanas.

 

Bisbita caminero (Anthus berthelotii). César Aguilar
Esas plantas son de la “opinión” de que si tienes un problema, en este caso la falta de agua, es mejor desaparecer a hacerle frente. Y esto es lo que hacen cuando las estepas no tienen agua que es casi todo el año, desaparecen y se mantienen en forma de semillas en el suelo esperando al próximo periodo húmedo. En ecología son lo que se llaman terófitos y normalmente tienen portes enanos para no invertir mucho en un desarrollo que va a ser poco duradero. Pero además de plantas en estos paisajes pudimos ver unas cuantas aves propias de sitios secos. En los ecosistemas insulares no hay muchas especies, pero las que hay suelen ser peculiares y diferentes, ahí radica su interés para la biodiversidad. Hay que tener en cuenta que una vez que surgieron estas islas del océano debieron ser colonizadas poco a poco y hubo especies que se quedaron y otras que fracasaron.

 

Hubara (Chlamydotis undulata). Foto: C. Aguilar
Algunas de las que se quedaron llegaron a dar lugar nuevas especies o subespecies. Así que la diversidad de aves nidificantes en una isla no es importante por el número de especies, siempre escaso, sino por las formas originales que hay. Además esas aves suelen ocupar amplios nichos ya que la competencia es menor y por eso algunas son muy comunes. Esto viene al caso porque aves como la abubilla (Upupa epops), el cernícalo vulgar (Falco tinnunculus dacotiae), el alcaudón meridional (Lanius meridionalis koenigi)  o la terrera marismeña (Calandrella rufescens polatzeki)  eran comunes no solo en esas estepas, sino en muchas otras partes de la isla. De todas esas aves comunes la más extendida es sin duda el bisbita caminero (Anthus berthelotii berthelotii).



Alcaraván (Burhinus oedicnemus insularum). C. A.
Recientes estudios han demostrado que el bisbita caminero es un pariente muy cercano al bisbita campestre (Anthus campestris) peninsular. Al parecer los campestres colonizaron las Islas Canarias hace 2.5 millones de años y dieron lugar a ese endemismo. Pero lo que atrae de las estepas de El Jable es la presencia de la avutarda hubara (Chlamydotis undulata fuerteventurae) que me costó buen rato dar con ella. Fue casi visto y no visto, sin apenas sitio ni arbustos de entidad para esconderse apareció y desapareció tras una loma para no volverla a ver.  Mucho más fácil me resultó dar con un alcaraván común (Burhinus oedicnemus insularum) que confiando en su camuflaje aguantó estoicamente en el suelo hasta que se hizo evidente que le habían descubierto y salio caminando por un precioso paisaje arenoso tapizado de flores.

jueves, 19 de abril de 2012

Lanzarote 1 (2011) Volcanes dormidos


Cultivos en cenizas volcánicas. Foto: César Aguilar
Lanzarote es la isla de las Canarias más influida por la actividad volcánica reciente. Las últimas erupciones que modificaron su paisaje datan el siglo XVIII. Sin embargo, las erupciones de la isla del Hierro de octubre de 2011 le “quitaron” algo de ese protagonismo volcánico. De momento las del Hierro han sido solo subacuáticas y no han llegado a cambiar su fisonomía. En Lanzarote, por el contrario, las violentas erupciones se sucedieron durante años. La isla tiene por ello un paisaje duro, con rocas de variopintos colores, abundantes cenizas negras y campos de lavas que parecen salidos anteayer del subsuelo. 






Floración estacional en la isla. Foto: César Aguilar
Es así sobre todo en Timanfaya donde se dieron las últimas erupciones. Pero también esconde barrancos y malpaíses con atractiva vegetación arbustiva y solo puntualmente con algunos raquíticos pinos canarios (Pinus canariensis) y palmeras canarias (Phoenix canariensis). El paisaje rural ha arañando suelos cultivables entre las cenizas, pero también hay suelos fértiles y campos de arenas con vegetación árida similar a la del continente africano. La verdad es que tenía bastantes ganas de visitar la isla, de modo que en febrero del 2011 nos acercamos por allí Iratxe y yo a pasar una semana recorriéndola. El turismo está mejor integrado que en otros lugares de Canarias, y aunque viven de él, no se ve la urbanización brutal del paisaje de Tenerife. 



Paisaje volcánico en Timanfaya. Foto: César Aguilar
Cuando llegamos una alfombra de herbáceas y un tapiz de flores recubría el paisaje, hasta las cunetas parecían jardines. Un par de semanas antes había llovido en buena cantidad, así que pudimos disfrutar de una floración estacional, intensa y espectacular. La visita al parque nacional de Timanfaya es uno de los principales atractivos y por ello es el lugar con más afluencia turística. Cráteres antiguos, coladas por donde circularon las corrientes de lava y escorias volcánicas permiten imaginar lo que fue la última erupción. En el año 2000 en la isla francesa de Reunión, en el océano Indico, tuve la ocasión de asistir a una erupción volcánica en directo y es sencillamente impresionante. Acudimos entonces a ver la salida de la lava a unos cientos de metros de la boca activa. 



Costa rocosa en El Golfo. Foto: César Aguilar
En Reunión, todo estaba delimitado por la protección civil de allí, así que no entrañaba riesgo acercarse. Mirar los ríos de lava fluyendo y quedarte embobado sin dar crédito a la textura de la roca fundida era todo uno. Luego acudimos más veces por la noche cuando el rojo de los ríos de lava se proyectaba en la nubes dando la sensación de un atardecer. Fue algo en lo que no pude de dejar de pensar al ver los paisajes de Timanfaya, donde eso mismo ocurrió hace varios siglos pero el paisaje desde entonces ha cambiado poco. A escasos metros de la superficie aún se alcanzan cientos de grados. Para demostrarlo, en el parque nacional hacen las típicas demostraciones de vaporizar agua al instante o prender ramas secas aprovechando el calor de un pequeño hueco en la tierra. 


Zarapito trinador a contraluz. Foto: César Aguilar
En la zona sur de la isla también visitamos algunos otros atractivos naturales como la costa volcánica de El Golfo, el Charco de los Ciclos y las Salinas de Janubio. Estas últimas son la zona húmeda más importante de la isla, pero en los escasos vistazos que le eché apenas había nada. Durante las migraciones y según días, debe estar bien para limícolas. Los que sí se veían en los charcos intermareales de la costa rocosa eran grupos de vuelvepiedras (Arenaria interpres), zarapitos trinadores (Numenius phaeopus) y gaviotas patiamarillas (Larus michahellis atlantis).

jueves, 12 de abril de 2012

Sáhara, Guinea y Marruecos (Libro)

Sáhara, Guinea y Marruecos. Expediciones Africanas
Memorias de un biólogo heterodoxo. Tomo III

Jose A. Valverde
Editorial Quercus. Madrid 2004
ISBN 84-87610-13-7

Por fin me he puesto a leer alguno de los siete libros en que dejó recopiladas sus memorias José Antonio Valverde antes de su fallecimiento en 2003. Cada uno se puede leer de manera independiente y eso es lo que he hecho empezando por el que mayor interés me despertaba. Este que comento no es el primero en orden cronológico sino el tercero, pero es el más viajero y más atractivo para mí. Al que no conozca la figura de Valverde decir que fue uno de los pioneros en la zoología reciente en España, investigador inquieto, fundador de la Estación Biológica de Doñana, que trabajó con todo tipo de vertebrados dentro y fuera de España y que además contribuyó a la creación de la SEO (Sociedad Española de Ornitología) y la AHE (Asociación Herpetológica Española).





En este libro cuenta sus expediciones por el Sahara Occidental o Sahara Español, ya que a mediados de los años cincuenta del siglo pasado aún eran parte de los territorios coloniales de España en África. En sus recorridos fue testigo de excepción de un desierto lleno de vida que varias décadas después es ya imposible de encontrar y de ahí su valor. Con la aparición de los vehículos a motor las gacelas, avestruces y demás bicherio grande desaparecieron por la intensa caza que se les dio. Como los naturalistas de la vieja escuela Valverde anotaba de todo, plantas, paisajes y sobre todo fauna vertebrada. 



También como los pioneros en la zoología la escopeta fue para él una herramienta de trabajo más con la que colectar ejemplares para estudios y para las colecciones de los centros de investigación. Las guías y la identificación sin captura estaban aún por llegar y el conocimiento era tan básico que la colecta era aún necesaria para describir e identificar las especies. Pese a todo Valverde fue un observador atento y muy buen dibujante dejando anotados muchos apuntes e ilustraciones de observaciones en vivo de fauna que tambien recoge este libro. Cuando vio que la gran fauna desértica tenía sus días contados con la modernidad, emprendió el traslado de los últimos rebaños del antílope mohor a Almería donde se ha criado y usado para proyectos de reintroducción. Estas historias forman parte también del libro. 





La otra ex-colonia africana, Guinea Ecuatorial, también fue objeto de su interés y preparó expediciones en aquellos años. Las crónicas ilustradas con dibujos de aves que anillaban son de lo más evocadoras. Sorprende el paso de su mirada del desierto del Sahara a la exhuberancia de la selva ecuatorial con sendas de elefantes y gorilas, los manglares ramoneados por los manatíes o los ríos con cocodrilos. El libro de las expediciones africanas acaba con sus últimos viajes, los que hizo durante su jubilación a Marruecos recavando información de las serpientes desérticas con la gente que más conoce de ellas, los colectores para encantadores como los que aún hoy se pueden ver en Marraquech en la plaza Yemaa el Fna.

martes, 3 de abril de 2012

El río Ebro, naturaleza y cultura a golpe de remo 3

Azudes, molinos y centrales hidroeléctricas

Embarcadero molino de Fuenmayor. César Aguilar
Pero un trayecto por este río y sus riberas, es también un recorrido por un curso habitado y navegado desde antiguo. El Ebro no sólo tiene naturaleza, también está lleno de historias, como aquella del río navegable hasta el puerto de Varea que cuenta el cronista romano Plinio el Viejo. Barcas sencillas que, como señalan los historiadores, tenían solo las quillas y primeras cuadernas de madera y lo restante tejido con mimbres y cubierto de cueros. Esas embarcaciones de escaso calado permitirían librar más fácilmente los abundantes vados del río e iniciaron una época de comercio fluvial a través del Ebro. Tampoco deja indiferente saber que en el año 859 los vikingos lo remontaron con sus barcos hasta el río Aragón para después llegar por el Arga hasta Pamplona.



En el azud de la presa Machín. César Aguilar
Pero hoy aquellas navegaciones, aunque posibles para un kayak, se verían dificultadas por una multitud de presas y azudes. La interrupción del cauce es especialmente intensa en el tramo riojano del Ebro si lo comparamos con otros como los de Navarra o Aragón. Desde pequeños azudes que pueden rebasarse a pie saliendo de la embarcación, a otros que bloquean completamente el cauce con grandes compuertas como las de la harinera y central hidroeléctrica de “La Isla” en Logroño, aguas arriba del puente de Sagasta. Los azudes más antiguos han desviado caudales durante siglos para los molinos harineros de las orillas, o bien lo han hecho para acequias y canales para regadíos.



Casa del barquero de Azagra. Foto: César Aguilar
Hoy casi todos los que alimentaron molinos se dirigen ya a modernas centrales hidroeléctricas, privando al navegante del contacto con los esos entornos bucólicos donde se ubicaban. Aún así, hay ocasiones en que uno descubre en las orillas los restos de aquellos imponentes edificios de sillería. Es el caso de los muros del molino del Prior en Logroño o el molino de Fuenmayor donde aún se conservan unas escaleras de piedra hacia el cauce que son una invitación a embarcar y disfrutar de la magia del lugar. Pensar como han soportando durante años las crecidas del Ebro, causa admiración hacia sus constructores y da la medida de unos hombres pertinaces en el aprovechamiento del río.



 


Vados, puentes y barcas de paso

Barca Alcanadre-Mendavia en mapas antiguos
Todos los pueblos que han vivido a las orillas del Ebro han tratado de salvar el río más caudalosos de la Península, buscando vados, construyendo puentes o uniendo sus orillas con barcas de paso. Es sabido que el emplazamiento de la Varea romana fue debido, en buena parte, a la presencia de un vado que permitía cruzar el río con aguas bajas. Pero las poblaciones tuvieron que buscar otras formas menos inciertas para cruzar el río. En un recorrido en kayak puede sentirse ese peso de la historia al pasar bajo puentes medievales, aún en uso, como los de San Vicente de la Sonsierra o Briñas. Otros adquieren su encanto por lo que queda de ellos y por el paraje que les envuelve, como el Puente Mantible en Logroño, o los restos de lo que fue un gran acueducto romano en Alcanadre.


Barca del Castellar (Torres de Berrellén) C. Aguilar
Pero la construcción de puentes siempre fue costosa y otra alternativa para muchos lugares fueron las barcas de paso. Sin embargo en nuestro tramo del Ebro no ha quedado ninguna de esas embarcaciones que, en algunos casos, permanecieron activas hasta bien entrado el siglo XX. La presencia de aquellas barcas se puede sentir con sólo echar un vistazo a los mapas que uno maneja para preparar los trayectos. En la toponimia se encuentran muchos parajes de las riberas con referencias a “La Barca”, “El Barco” o a caminos o casas del “Barquero”. Con mapas viejos la cosa mejora. Buscando en la cartografía de La Rioja de los años 20 aparecen entre Haro y Alfaro hasta 8 referencias de barcas de paso, incluso uno puede sorprenderse viéndolas allí dibujadas con el trazo de una pluma.


Barca de Candespina (Sobradiel). César Aguilar
Al recorrer hoy por el río esos parajes, puede verse como un puente vino a sustituirlas en el mismo sitio donde estuvieron, es el caso de las barcas de Baños de Ebro, La Puebla de Labarca o Rincón de Soto. Otras veces aún podemos distinguir algo de aquel pasado, como la original casa del barquero en la de Azagra a Calahorra. Pero si no sólo queremos imaginar cómo fueron, sino también verlas y tocarlas, podremos encontrar las más cercanas en Zaragoza en las localidades de Boquiñeni (Barca Virgen del Rosario), Torres de Berrellén (Barca del Castellar) y Sobradiel (Barca de Candespina). Así que es el momento para dejarnos llevar río abajo y ampliar horizontes y paisajes, qué el Ebro nunca entendió de fronteras.


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